En el barrio Paraguay, desde hace quince años, una de sus casas ha sido el hogar de varios adultos mayores cuidados con la mejor atención y cariño. Son muchas memorias las que, de su parte, han vivido en estas paredes. En esta ocasión, junto al Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cartagena, es momento de resaltar un par de ellas.
“Esta es una labor de misericordia con nuestros abuelos abandonados y maltratados”, expresa María Eugenia Torres, directora de esta fundación que, desde hace doce años, está asociada al Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cartagena.
Luego de que esta casa dejara de funcionar como una institución educativa de esta zona del barrio Paraguay, al occidente de la ciudad, María Eugenia encontró en este lugar una oportunidad. Un espacio que supuso un paso más de una vida llena de muestras de solidaridad y amor a aquellos que requieren apoyo en las últimas etapas de su vida.
Una realidad despiadada
Tras comenzar a funcionar en 2009, la Fundación El Señor es Nuestro Refugio ha sido parte de la historia de muchos adultos mayores que, por diversas razones, terminaron separándose de su familia. Un destino que tienen muchos abuelitos del mundo, del país y de la ciudad de Cartagena.
Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada seis ancianos sufre de abusos de carácter financiero, psicológico, sexual o físico. Una cifra que, a todas luces, se proyecta aún más preocupante. Esto, si tenemos en cuenta que, para el año 2050, la población de adultos mayores en el mundo se duplicará a 2.000 millones de personas.
Pasando esto a un contexto local, de acuerdo al Instituto Nacional de Medicina Legal, entre enero y febrero se presentaron 21 casos de muerte o lesiones no fatales en la ciudad de Cartagena de Indias.
De ellas, 14 fueron por violencia interpersonal o intrafamiliar. Un número que, dado que solo representa dos meses del año, muestra un panorama que no deja de ser importante en cuanto al cuidado de todos y cada uno de los adultos mayores. No solo en la capital de Bolívar, sino también en el departamento y en toda Colombia.
De acuerdo al Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), son más de 250.000 adultos mayores que viven en territorio bolivarense. De ellos, 32 son beneficiados por este hogar geriátrico. Catorce de ellos tienen un almuerzo asegurado en este lugar; mientras que 18 gozan de una mayor atención, pues viven en los espacios de esta fundación.
Un redil de bondad
Tras entrar a esta casa, fácilmente identificable debido al color verde de su techo, rejas y columnas, fue posible ver a muchos de los adultos mayores habitantes de esta Fundación sentados alrededor de cuatro mesas plásticas cubiertas con dos manteles de cuadros rojos y blancos.
Macetas con palmeras, las llamadas “lenguas de suegra”, y otros árboles pequeños adornan la terraza; las mismas reposan sobre baldosas lisas color terracota, bien cubiertas por una franja de granito. Rodeando así a este grupo de adultos mayores quienes, en horas de la mañana, reposan sobre sillas plásticas esperando algo de brisa durante un día caluroso en “La Fantástica”.
Entre este grupo de abuelitos, dos de ellos se acercan al espacio en que se está desarrollando una conversación con María Eugenia. Al verlos, los reconoce inmediatamente. Son los señores Luis Carlos y Abel, que llegaron recientemente a la fundación.
Tras entrar a la casa, en la pared que queda enfrente es posible observar un cartel de gran magnitud que tiene inscrito el Salmo 91 junto al logo de la fundación. Unos pasos antes, previo al encuentro directo con este afiche, en dos sillas plásticas se encuentran sentados ambos; uno al lado del otro; los señores Abel y Luis Carlos; los señores Luis Carlos y Abel.
“Llegaron aquí de una manera en la que de verdad necesitaban nuestro apoyo. Porque a veces dice uno que sí hay ángeles acá en la Tierra. Ellos dormían totalmente en la calle y con problemas de discapacidad y enfermedad”, comenta la señora Torres, quien en este punto, deja que ellos cuenten su historia.
Morar bajo la sombra del omnipotente
“Mi nombre es Luis Carlos Gutiérrez. Trabajaba embetunando. Trabajando con mi cajita de embetunar me fui a un hueco profundo lleno de agua”. Estas son sus primeras palabras al empezar la conversación. Su historia, tal como la de Abel Díaz, es capaz de generar emociones a quien la escucha.
Vestido con una camiseta polo verde y una pantaloneta morada llena de líneas amarillas y azules, muestra una fe ferviente que se expresa en palabras y actos todos los días. Todo, a pesar de que tiene cataratas en sus ojos. Una conexión que se fortalece incluso más, tras su referencia al pasaje bíblico del Evangelio según San Juan, capítulo 20, versículo 29:
“Dios dijo: dichosos los que creen en mí sin que me hayan visto. Yo me fui a ese hueco lleno de agua y ahí permanecí como dos horas y dos señores me sacaron de ahí todo mojado y me trajeron hasta acá.” Expresa Gutiérrez con gran agradecimiento.
Agradecimiento dirigido no solo a María Eugenia y a quienes lo llevaron hasta este hogar, sino también a Dios, que todos los días lo bendice a través de su misericordia. Y quien lo llena de tal voluntad, que lo lleva a hacer realidad la frase atribuida a San Agustín de Hipona: “cantar, es orar dos veces”. Esto, al interpretar Ángeles de Dios (1993), composición del sacerdote brasileño Elizeu Gomes.
“Gracias al Banco de Alimentos porque aquí, gracias a Dios, no he aguantado hambre. Siempre me dan el desayunito, el almuercito y la comida; eso es una bendición de Dios. Dios los bendiga a todos ustedes”. Concluye Luis Carlos.
Por otro lado, está el caso del señor Abel Díaz, un hombre de 78 años que, tras una caída en el Mercado de Bazurto, no pudo volver a caminar. Y, debido a sufrir de diabetes, su pierna derecha tuvo que ser amputada.
“Dios envió un amigo para que me trajera a la Fundación. Yo estuve al borde de la muerte. Hace dos meses me cortaron la pierna. Doy gracias a la directora y al refugio, que me han dado buena acogida, sobre todo los alimentos diarios, medicina… Y a Dios, por darnos la vida, la salud y el aire que respiramos.”
En el sector de Bazurto, Abel tenía una chaza ambulante con la que subsistía diariamente. Sin embargo, esto no es lo único a lo que se dedica este miembro de la Fundación El Señor es Nuestro Refugio.
“Me dedico a componer. Le compongo alabanzas al señor y también otra música acá… Mundana, como dice el dicho; pero empecé alabando al Señor, escribiéndole canciones y buscando su melodía para cantarlas.” Expresa con gran alegría. “Estoy feliz porque conocí a Jesucristo y lo tengo en mi corazón.”
De esta manera, y con la simpatía de varios de sus ahora antiguos compañeros del centro comercial El Colmenar, Díaz ha sido capaz de seguir adelante junto a la palabra de Dios y a través del canto y la predicación como dos de sus herramientas principales para, sin importar lo que suceda, tener plenitud en su corazón. Uno que llena a la Fundación El Señor es Nuestro Refugio de alegría y de luz para sus compañeros, quienes se encuentran distribuidos en todo el espacio de esta gran casa; de este gran refugio.
“Si decae el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cartagena también decaen las fundaciones y este hogar también. Ayudemos y toquemos puertas para el BAAC. Todo el que pueda donar es bienvenido y lo que de es multiplicado para muchas personas vulnerables”, concluye María Eugenia. Quien ahora dirige un recorrido por esta casa que, desde hace quince años, recibe a adultos mayores de la ciudad, los atiende y los alimenta.
Los casos de Luis Carlos y Abel son una muestra más de la misericordia de Dios sobre la ciudad de Cartagena de Indias. Que se ve reflejada en la bondad de todos aquellos que apoyan a esta fundación – sea a través de donaciones o de su trabajo voluntario – para su sostenimiento y para seguir demostrando que Jesús es el refugio, no solo de este grupo de adultos mayores, sino de todo aquel que cree en Él.